Los Sarcófagos de Argomilla de Cayón

 

Entre las muchas cosas que me maravillan de la Iglesia de San Andrés de Argomilla, una que me llama la atención desde la primera vez que la visité fue la magnífica colección de tapas de sarcófago que atesoraba en una nave anexa, cerrada, cómo no, por una reja que impedía acercarse a contemplarlos. La verdad es que independientemente de ésta circunstancia, me sorprendió muchísimo que una colección tan numerosa no estuviese puesta en valor. Pues bien, el otro día, a raíz del triste fallecimiento de D. Ramón Bohígas Roldán, estuve repasando algunos artículos suyos, y encontré uno, escrito junto a Isabel Fernández Arce, Pedro Sarabia Rogina y Ana Sobremazas Salcines (Altamira: Revista del Centro de Estudios Montañeses, ISSN 0211-4003, Nº 47, 1988, págs. 129-160) que hacía referencia a dicha colección de sarcófagos medievales.

La verdad es que a excepción de algunos comentarios de García Guinea, poco había leído de las vicisitudes de los dieciocho sarcófagos. La historia de los mismos, según leemos en el artículo de la revista Altamira, la primera noticia reseñable de su existencia e importancia data de 1726, en una carta escrita por el entonces abad laico de San Andrés, D. Manuel Francisco de Ceballos a Felipe V, en la que se alude a la existencia de las lápidas situadas por entonces en la capilla dedicada a San Bartolomé en el claustro de San Andrés. De ahí pasaron a ser apiladas en el pórtico del templo dónde parece permanecieron hasta 1965, fecha en la que se trasladaron a la nave anexa, antiguas escuelas, dónde hoy permanecen, y que hasta finales del siglo pasado no fue, a instancias del párroco, limpiada, adecentada y techada.

Reflejado con el nombre de San Andrés de Cayón en el Becerro de Behetrías de 1352, Argomilla se situa en la localidad de La Penilla, al Oeste de Santa María de Cayón. Ya en 1404, en el Apeo de Don Fernando de Antequera, aparece con el nombre de Argomilla y se cita entre los Concejos que conformaban el Valle de Cayón, constando, además, San Andrés como Abadía. La propia existencia de los sarcófagos a los que nos referimos en este post, dá cuenta de la importancia que el Monasterio tenía en la Edad Media como núcleo religioso de los valles del Pas y el Pisueña. Este tipo de sarcófagos estaban reservados a la nobleza, bien laica, bien eclesiástica, hecho que incide en la importancia San Andrés en el valle.

La colección de tapas de sarcófagos de San Andrés puede equipararse, por número e importancia, más que por conservación, a las que encontramos en Santa Juliana de Santillana del Mar o San Martín de Elines, estudiadas con anterioridad por García Guinea y el propio Ramón Bohígas. La cronología más aceptada, ya que apenas hay fuentes documentales en las que apoyarse para la datación, las sitúa a lo largo de todo el siglo XII y primera mitad del siglo XIII.

Sin entrar a hacer un análisis exhaustivo, para ello os recomiendo el artículo al que antes hacíamos mención, debemos destacar al analizar los sarcófagos, su forma, su decoración y la epigrafía. En cuanto a la forma la más común subdivide la cara superior en tres partes inclinándose las laterales hacia abajo; también hay ejemplos en los que la cara superior es abombada, aunque ésta es menos común que la anterior.

Al respecto de la decoración varía bastante siendo la más común entre los dieciocho sarcófagos la cruz incisa, sobre todo en el lado inferior de las cabeceras, y en múltiples variantes, de malta, patada, etcétera. Dos de las tapas presentan representaciones de espadas, y algunas otras escudos heráldicos. Son muy interesantes las decoraciones que presentan arquerías en los laterales, apareciendo también el cordón de sogueado en algunas de ellas.

En lo referente a la epigrafía, la mayoría presentan las inscripciones en la parte superior de forma longitudinal, con caracteres epigráficos que en algunos casos guardan cierto paralelismo en algunas letras con algunas inscripciones de laudas fundacionales de algunas iglesias cántabras y burgalesas.

Para finalizar no me gustaría cerrar este post sin remarcar, a riesgo de ser pesado, la necesidad de poner en valor ciertas piezas arqueológicas para evitar que se degraden y se queden en el olvido. Estos dieciocho sarcófagos, como resaltábamos antes, por su número e importancia, constituyen una colección digna de ser admirada.  

Más Información:

  • Miguel Ángel García Guinea, Románico en Cantabria, Ediciones de Librería Estudio, 1996. Pags.382-388
  • Vicente Herbosa, El románico en Cantabria, Ediciones Lancia, 2002. Pag.19
  • Ramón Bohígas, Isabel Fernández Arce, Pedro Sarabia Rogina y Ana Sobremazas Salcines (Altamira: Revista del Centro de Estudios Montañeses, ISSN 0211-4003, Nº 47, 1988, págs. 129-160)

Fotografías y Textos ©Óscar M. Ruiz

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